El concurso ha concluido, pero puedes leer las creativas soluciones de nuestros lectores al puzle planteado.

Premio: 1 copias digitales para Steam.

Plazo: concurso finalizado.

Tenemos para regalaros una copia digital de la aventura Resonance de xii Games y Wadjet Eye que acaba de salir a la venta en la plataforma de Valve. Para participar no tendréis que seguirnos en Twitter ni siquiera leer ninguno de los ladrillos que pueblan el blog —como el análisis de esta aventura—.

Requisitos

1. Ser una persona —políticos, banqueros y robots de cocina quedan excluidos.

2. Responder en esta entrada al juego propuesto.

El plazo termina el domingo 12 de agosto a las 23:59:59,70 GMT+2 —sí, si esperáis a las tres últimas décimas del día, no entraréis en el concurso—. El premio podrá quedar desierto si no hay la suficiente participación —a la porra la estrategia del único lector del sitio, deberás contárselo a tus amigos menos ingeniosos para que participen—. El ganador será elegido por los usuarios —no, es coña, ya veo en las elecciones las que armáis cada vez que os dejan votar; elegiré yo al mejor o algún programa se encargará de hacerlo aleatoriamente si sois todos igual de malos—. El premio no es canjeable por dinero de Rasca y Pica.

Juego



Debéis resolver el siguiente puz… No, no huyáis. Aguardad. No os voy a poner un slider, ni siquiera un acertijo. Cualquier solución que se os ocurra será válida, tenéis total libertad.

Situación

Encarnáis a la física de partículas Angela Morales. Como cada mañana, antes de poner a funcionar el gran acelerador, comprueba la grieta que se había formado en el dispositivo: ha crecido otro poco. El chicle de sabor mentol que había colocado tres días atrás el director general del proyecto ya no es suficiente para sellarla. No tiene a mano chicles de mentol, pero, como es una chica de recursos, utiliza uno de fresa ácida que llevaba semanas en su bolso. ¿Qué más dará? —piensa para sí—. Huelga decir que, tras dos horas y cuarenta y siete minutos de funcionamiento, un quark de sabor Iz=-½ colisionó contra otro de sabor fresa ácida y se lió parda, se formó un agujero rosa que engulló el universo.

Angela no sabía dónde estaba, aunque algo sí tenía claro, dónde no: en el universo, porque se lo había cargado. Después de un rato caminando sobre la mullida y vaporosa nada, se encontró con un par de seres, el ojo inexperto diría que tenían aspecto de roedores, a ella le resultaron de lo más pandimensionales. La condujeron a una habitación alba y allí la abandonaron. Había un banco forrado en polipiel. Se sentó en el único espacio libre, al lado de otro par de entes, una suerte de hombre-radiador situado a la izquierda y, en medio, un pequeño y adorable oso panda. Al frente había un estrado, presidido por un anfibio albino antropomorfo de solemne semblante. Su pelo era abultado, semejante a una gran ave reposando en su nido. A ambos lados aguardaban impertérritos dos enormes lobos blancos. La decoración era austera: una bandera gris reposaba en un asta metálica sobre la cabeza del juez; en la pared de la derecha, colgaban dos cuadros pintados a carboncillo de una sardina y un atún ataviados con túnicas; en la de izquierda, una ventana situada a unos tres metros del suelo por la que penetraba una luz tenue, una pequeña fuente de mármol para beber y una estatua de un calamar con gafas de pasta; a su espalda, el pesado portón custodiado por un gran gorila níveo con cara de pocos amigos —de cabreado, me refiero, no de forever alone—. Eso era todo.

«Hola» —se dirigió a ella el panda—. Angela le devolvió cortésmente el saludo. «Por fin alguien con el que conversar; a este —en referencia al hombre-radiador— no hay quien le entienda, para él soltar un pequeño chorro de vapor es la respuesta adecuada a cualquier pregunta». “Estamos metidos en un buen gris —prosiguió—, ¿eh? Espero que tú hayas hecho algo menos grave que equivocarte en la vestimenta. ¡Maldito el día en el que se me ocurrió ponerme unos pantalones!”. Ella no dijo nada, aunque intuía que destruir el universo era más comprometido. Su piel adquirió un tono macilento, incluso más que el pálido mortecino habitual. El juez pronunció un nombre imposible de transcribir, sin una sola vocal, y el oso se acercó al estrado.

—¿Es consciente de lo que ha hecho? —le preguntó el juez con gravedad.
—Ha sido sin querer, yo…
—Sabe perfectamente el efecto que tienen los colores vivos en los de mi especie. ¡Un pantalón violeta! ¡Por el amor del cielo! ¡Pudo haber provocado una tragedia!
—Pensé que era gris, se lo juro. Mis ojos no pueden distinguir los colores; no puede castigarme por tener un defecto en la vista.
—Mi pelo es un pájaro, su argumento es inválido —Hizo un gesto con la mano y los dos lobos se abalanzaron feroces sobre aquel encantador ser. Fue un espectáculo dantesco. En unos segundos no quedaba nada de él. Los lobos recuperaron su puesto y su impertérrita pose.

«Morales, Angela», dijo en alto el anfibio. Si no quería correr la misma suerte que el panda, algo debía hacer, aprisa. Se echó la mano al bolsillo de la bata, aunque nada parecía servirle.

 

Inventario: 

Objetos: Un bolígrafo de color negro, un clip de metal, un contador Geiger de mano, unas llaves, media hoja de papel reciclado, una novela de amor de Corín Tellado y una pequeña caja con algo en su interior.

Recuerdos:

  • Su madre el día de su boda: «si algún día destruyes el universo, niégalo hasta las últimas consecuencias. Échale la culpa a otro, a alguien que no hable tu idioma».
  • El hijo mayor de la vecina, que ocupaba ocasionalmente el rol paterno ante los continuos viajes de su progenitor: «si te atas un cordel muy fuerte alrededor del dedo, se te pone morado».

Habilidades:

  • Aguanta dos minutos sin respirar bajo el agua —sí, la capacidad pulmonar de los científicos no suele ser muy allá—.
  • Sabe hacer punto de cruz.
  • Cuenta buenos chistes de físicos teóricos.
Miguel R. Fervenza
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