Solución de Alex Núñez



Partiendo de la base de que el globo está desinflado, Kito podrá meter en él el azúcar y un poco de enjuague de anguila, con este mejunje en el interior inflará el globo (ya que supongo que tendrá un mínimo de libertad). Tras esto, abrirá la boquilla de este esparciendo con la correspondiente pedorreta el sirope fabricado por encima de su cuerpo, lo que provocará que se acerquen otras mariposas gigantes y con sus grandes y finas lenguas lo laman, haciendo cosquillas a los tentáculos y dejando a Kito libre.

Una vez liberado nos acercaremos a Arnie, el cual nos hablará de la maravillosa noche que hace y de la asombrosa forma que tienen los enormes animales que nos rodean (y del mismo sobre el que estamos) de guiarse a través del fulgor de las estrellas. Si le pedimos una copa, nos la negará alegando que el espectáculo que nos rodea es estímulo más que suficiente para nuestros sentidos…

Con la única pista de la forma de guiarse de las mariposas proporcionada por Arnie, cogeremos la cesta de mimbre, la desharemos en tiras de paja con gran facilidad debido a la maña que se da Kito para todo, las meteremos en la caja, usaremos un pequeño chorro de la gasolina con esta y con la rama empezaremos a frotar hasta crear un fuego contenido, lo que confundirá y desestabilizará nuestra montura precipitándonos hasta el vacío y haciendo que nos despertemos.

Solución de Carlos Remuzgo



Kito observó con detenimiento la situación en la que se encontraba: a lomos de una mariposa gigante, con un tentáculo abrazándole con fuerza y una profunda sensación de paz y armonía. En su soñolencia se fijó en un barman situado al otro extremo de la mariposa —con su barra y todo—, y quiso hablarle, gritarle, pedirle ayuda. Pero era en vano, su voz, entrecortada por el viento le llegaba muy débil, y de la del barman sólo le llegaban palabras sueltas sin mucho sentido, tales como “…calamar…dulce…fuera…”. Estaba solo, como de costumbre, y si quería despertarse lo primero era deshacerse de aquellos molestos tentáculos que le sumían en una duermevela que le impedía pensar con lucidez. ¡Y tenía que hacerlo rápido!

Metió su mano en el bolsillo del pantalón para encontrar algo que le pudiera ayudar en aquel trance. Lo primero que sacó fue la botella de enjuague de anguila; pensó que podría rociar a los tentáculos con aquel líquido pestilente, pero el resultado no fue el esperado: los tentáculos se aferraron aún más al cuerpo y la sensación de calor y tranquilidad aumentaron. Desesperado, extrajo de su bolsillo un globo desinflado con forma de Selma Lagerlof que le habían regalado en una feria del libro. Quiso inflarlo, pero no tenía apenas fuerzas.

Pero entonces, en un momento de lucidez (o de potra), situó el globo en el aire de la noche, hinchándolo. Se lo ofreció a los tentáculos, pero salvo un par de ellos que hicieron un amago de soltarse y agarrarse al globo, nada sucedió. Pero aquello le había dado una idea: si el enjuague de anguila parece que le gusta y se ven atraídos por formas humanas, puede que si frotara el globo hinchado con el enjuague de anguila —resultando un globo con forma de Selma Lagerlof hinchado y lleno de enjuague de anguila— y se lo ofreciera a los tentáculos como sustituto, estos se soltarían de su cuerpo. Y así lo hizo. Pero aquello no fue suficiente; Ahora tenía algunos brazos sujetos a su cuerpo y otros al globo; necesitaría más enjuague de anguila ¡Y la botella estaba vacía!

La solución vino mientras jugaba con la botella. Se dio cuenta que quedaba un poso de pestilencia de anguila en el fondo. Pero necesitaría algo para diluirlo y poder usarlo. Entonces pensó en los sobres de azúcar que poseía en sus bolsillos. Echó todo el azúcar, la agitó un poco y ¡voilá!, tenía una pasta melosa de anguila. Frotó la pasta en el globo y como por arte de magia los brazos se separaron de su cuerpo atraídos por la pestilencia de la pasta maloliente. ¡Por fin se encontraba libre! Tiró por la borda el globo junto con los tentáculos. No quería saber nada más de ellos.

Tras verse libre, Kito notaba que la claridad volvía a su mente, ahora podía pensar con más tino y encontrar una forma de despertarse. Avanzó unos pasos por el lomo de la mariposa y se topó con algunos objetos adheridos a la piel, y le tentaba cogerlos, pero lo primero era averiguar dónde estaba y cómo despertarse. Se dirigió hacia el barman, que esta vez sí podía oírle con claridad. Éste le ofreció una copa para que se le pasara el mal rato, una burbujeante bebida de soja. Y de tapa una ración de calamares dulces. De la conversación con Arnie, que así se llamaba, se enteró de muchas cosas sobre el lugar, de los tentáculos y de aquél extraño viaje: “En este lugar te sientes como en tu propio hogar” —le dijo— “tan tranquilo, tan acogedor… Podrías quedarte aquí para siempre, en paz y armonía.” Y luego repetía una y otra vez: “Nunca debes perder tu norte, ¿sabes? aquí es fundamental, es tu vida, ¡qué digo tu vida! ¡es tu camino! Como las brújulas, siempre orientadas al norte. Si pierdes el norte todo se vendrá abajo y tu karma ya no tendrá armonía, ni paz, ni tranquilidad. Los tentáculos están ahí para ayudarte a no perder el karma”. Entonces Kito vio claro lo que debía hacer: alterar su propia brújula para así poder despertarse.

Lo primero que hizo fue echar gasolina en la caja de madera, metió la cesta de picnic dentro, y en el fondo de la cesta puso la botella de anguila vacía. Por último introdujo la ramita en la botella. Ya tenía una pseudobrújula. Pero quedaba ver si funcionaba. Lo puso en el lomo de la mariposa, y no hacía nada. Repetidamente lo iba situando en la cola y en su cabeza, pero la botella con la ramita no giraba. Necesitaba algo que la activara. Entonces, y tras una suculenta pista por parte del barman, situó la pseudobrújula en el aire de la noche, y la botella empezó a girar y girar. ¡Ya funcionaba! Lo que ocurrió después fue que el cielo estrellado empezó a verse distinto, como si la mariposa hubiera cambiado de rumbo, pero al quitar la pseudobrújula volvieron a verse las mismas estrellas; debía producir el mismo efecto en su mariposa. La situó en el lomo, y la ramita indicaba al sur. No le dijo nada especial aquello. La situó en la cola, y la ramita indicaba al norte. La situó en la cabeza del animal, y volvía a indicar al sur. No sé si era cosa suya, pero parecía que la brújula indicaba hacia él mismo, hacia su cuerpo, como si él mismo fuera el norte de su camino. No debía alterar a la mariposa, sino a sí mismo.

Situó la pseudobrújula en su propia cabeza, se acercó todo lo que pudo al aire de la noche y la botella empezó a dar vueltas, y con la botella el propio Kito, que vuelta tras vuelta empezaba a vislumbrar una sala llena de personas a lomos de su propia mariposa gigante, orientadas hacia el norte de su propia existencia. Sintió lástima por ellos y su primer impulso fue de ayudarlos. Pero estaba despierto, y tenía cosas urgentes que hacer. Ya había perdido mucho tiempo con todo aquello.

Solución de Gorka Marcos



Sin embargo, Kito no conseguía serenarse: el ambiente y esa sensación tan confortable le volvían a sumir en ese sopor. Aferrado por los tentáculos, el más mínimo movimiento era imposible, pesado, cansado… ¿necesario? En realidad él estaba muy bien a lomos de la mariposa, disfrutando de ese suave y cálido abrazo, admirando ese agradable paisaje. ¡Un momento! Estos pensamientos le habían hecho darse cuenta de que todo estaba muy borroso, debido seguramente a esa sensación tan placentera que no le permitía concentrarse en nada.

Fijar la vista no le costaría tanto, se dijo, y seguro que merecía la pena admirar las vistas, así que trató de observar su entorno. Con más esfuerzo del que estimó necesario, Kito consiguió finalmente enfocar la imagen. Efectivamente, la mariposa sobra la que él se hallaba no era la única que volaba en esa noche sin luna ni estrellas, había muchísimas más. A lo lejos, además, pudo distinguir un punto de luz, diferente al que emitían las mariposas. Lo más curioso era que las mariposas se veían atraídas por unas ‘flores’ rojas flotantes de extraña forma: una le recordó a William Shakespeare, otra le pareció muy similar a Miguel de Cervantes, e incluso creyó reconocer a Leon Tolstoi.

Esto le hizo ser completamente consciente de lo que se hallaba en un lugar alejado de la realidad, sacándolo completamente de su estado de trance. Ni siquiera reconocía los nombres que acababa de pronunciar, tampoco podían ser de su mundo. El problema es que seguía sin poder moverse.

Ahora que estaba más atento, una voz llegó a sus oídos. “¿Quién me ha metido aquí dentro?”, increpaba, “¡Sacadme de aquí!”. Kito reparó en el barman que había detrás de la barra y aprovechó para entablar conversación con él. Le preguntó cuál era su problema, ya que el único de los que estaba apresado era él, a lo que el camarero le contestó que él no se había quejado de nada y que sólo hablaba con los clientes de la barra, ignorándole por completo.

Tras esto, volvió a escuchar las quejas acompañadas ahora de unos sonidos muy similares a golpes sobre cristal. Venían desde muy cerca como para ser de las botellas del bar y no había nada alrededor de ese material, ¿o sí? ¡Claro, él tenía una botella en su bolsillo! Pese a lo inverosímil de la situación, observó esa botella tanto como le permitieron los tentáculos y vio que algo se movía y lucía en su interior.

Tal fue el sobresalto que la botella salió de su bolsillo y se rompió, saliendo de su interior una anguila eléctrica parlanchina un tanto desorientada y unas cuantas chispas. Dos de estas chispas cayeron sobre los tentáculos, aliviando momentáneamente la presión sobre Kito, sin que éste pudiera aprovechar la ocasión para escaparse. Además, la anguila parecía enfadada y sedienta de venganza hacia quien creía su captor: Kito. Sin embargo, nuestro héroe aprovechó la confusión inicial para entablar conversación con ella intentando captar su empatía (él también estaba preso) y conseguir su ayuda. Pero, ¡en qué mal momento mencionó que ni siquiera era suya esa botella de enjuague de anguila! Porque esto hizo enfurecer más al animal que se lanzó directamente hacia Kito. Pero justo en el último momento, uno de los tentáculos lo agarrara y aprisionara en esa sensación tan placentera.

La anguila ya ni siquiera guardaba rencor y no recordaba muy bien por qué estaba allí, pero Kito aún necesitaba liberarse. Intentó de nuevo hablar con la anguila para pedir su ayuda, pero ella no veía necesario salir de esa situación. Muy a su pesar, Kito tuvo que sacar cierta malicia de su interior y explicar a la anguila con pelos y señales el proceso de elaboración y los usos del enjuague. Aunque al principio seguía relajada, a cada detalle desagradable que daba, la anguila se inquietaba más, llegando finalmente a enfurecerse tanto como para emitir una descarga tal, que liberó a los dos de los tentáculos. Muy a pesar de Kito, el voltaje fue tan fuerte que también lo dejó un tanto chamuscado.

Aunque esto no lo sacó del ensueño, al menos lo liberó, recuperando completamente su movilidad. Había perdido ya tanto tiempo que se apresuró a buscar la forma de salir de allí: estaba convencido de que esa luz diferente en el cielo era la clave para ello. Ni corto ni perezoso se dirigió hacia la cabeza de la mariposa y movió sus antenas, cuales mandos de una nave, para intentar dirigir su rumbo hacia ese destino. Nada. Todo lo que hizo fue en vano, la mariposa parecía no inmutarse.

Entonces recordó su globo rojo con forma de Selma Lagerlöf y la atracción que tenían las mariposas hacia esas flores flotantes con su caprichosa forma de escritores afamados. Entusiasmado y esperando que su mariposa fuese aficionada a Lageröf, Kito hinchó el globo. Por alguna extraña razón, una vez hinchado el globo era de color blanco y más grande de lo esperado, pero nuestro protagonista tampoco le dio mucha importancia: ahora necesitaba algo a lo que enganchar el globo y guiar con él a la mariposa, al más puro estilo burro y zanahoria. Lo más parecido que vio para ello fue un palito que había sobre la mariposa, bastante más pequeño de lo que hubiese querido. Aun así lo cogió y para su asombro, descubrió que era telescópico y se podía alargar todo lo conveniente. A Kito empezó a gustarle este onírico mundo en el que todo era más sencillo que en el mundo real. El artilugio que le sacaría de ahí ya estaba preparado, ahora, a guiar a la mariposa…

… si esta le hiciera algún caso a esa especie de cebo. ¿Qué podría haber fallado?, ¿podría ser el color? Kito se dirigió hacia la caja de madera. En uno de sus laterales se podía leer “lentes de colores: verde, azul, amarillo y rojo”. Esperanzado de nuevo, Kito se puso a buscar lentes de color rojo para poder engañar la visión de la mariposa. ¡No quedaba ninguna! Lo único medianamente útil en su interior, que Kito encontró tras volcar la caja, era un folleto que explicaba cómo crear monturas de gafas con todo tipo de objetos. Al menos, gracias a esto consiguió fabricar unas gafas tamaño mariposa a partir de la cesta de picnic que encontró cerca.

Era el momento de acercarse a la barra a tratar de conseguir algo de información útil del barman, que estaba ahora charlando plácidamente con la anguila. Al llegar, el barman puso un especie de posavasos rojo transparente, de la misma forma que las lentes, sobre la mesa y le preguntó distraído qué bebida quería, mientras seguía hablando con la anguila. Kito trató de coger el posavasos pero el camarero le advirtió severamente: “los posavasos son propiedad del bar, y sólo se permite uno por cliente”. Decepcionado, y viendo que el barman ignoraba el resto de preguntas que le hacía, acabó preguntando por las bebidas. Orgulloso, el camarero explicó: “aquí sólo tenemos néctar de floriescritor, extraído directamente, y sin procesar, de las flores que ves flotando. Es un alcohol dulce increíblemente delicioso, capricho de los paladares más finos y posiblemente la mejor bebida del mundo”. Nada más oír esto, la anguila pidió probarlo y el barman se lo sirvió en una delicada copa que puso sobre un posavasos idéntico al de Kito.

¡Eureka, ese líquido debía ser el que atraía a las mariposas! Emocionado de nuevo, pidió otra copa de néctar de floriescritor, pero el barman replicó: “lo siento, amigo, era lo último que nos quedaba. Por desgracia para ti y para mi negocio me temo que en una larga temporada no va a venir más: recientemente el almacén central se incendió tras un pequeño accidente. Este néctar es tan dulce como inflamable”. Kito, viendo que se iban a beber la única opción de escapar que tenía, rogó a la anguila que le diese el néctar, o al menos lo compartiese. Sin embargo, ésta, arrogante, se la bebió de un trago y le dijo que ella nunca compartiría su bebida con alguien que bebiese enjuague de anguila.

Lo que fue un golpe bajo (posiblemente inmerecido) para Kito, resultó captar toda la atención del barman, quién preguntaba ahora interesado sobre ese enjuague. La anguila trató de restarle importancia y desviar el asunto pero Kito aprovechó el momento para devolvérsela y contó al barman en qué consistía esa bebida. Entusiasmado por la posibilidad de continuar el negocio y en vistas a que la anguila había fiado su consumición, salió disparado hacia la ella, la cual echó a correr (o nadar) de forma desesperada. ¡Era el momento ideal para tomar prestados esos “posavasos” rojos y crear unas gafas para engañar a la mariposa! Kito tuvo la esperanza de que con el engaño de color bastara, pero sólo logro captar parcialmente la atención de la mariposa. Ésta miraba al globo ahora, pero no cambiaba su dirección. ¡La otra clave debía estar en el néctar!

Totalmente desesperado, Kito fue a ver si quedaba alguna gota del néctar en la copa de la anguila, pero no había nada. Tan sólo quedaba su aroma a néctar… que le recordaba ligeramente al olor de la gasolina para motosierras que había cogido antes, al ir a por el palito. Agudizando el ingenio y recordando las palabras “dulce” e “inflamable” del barman, mezcló el azúcar que tenía con la gasolina y lo roció el contenido sobre el globo, dispuesto a intentar guiar a la mariposa de una vez. Esta vez, la mariposa no sólo desvió la mirada al globo, sino que acercó sus antenas atraída por su aroma y Kito la pudo dirigir hacia la luz. Tal era su intensidad al acercarse, que su fulgor lo deslumbró completamente.

Al abrir los ojos se encontraba sentado en la butaca de aquel edificio, empapado en enjuague de anguila. No tuvo que hacer muchos esfuerzos para irse: aquella mujer esbelta, con expresión enfadada y un tono todavía severo pero nada dulce, lo echó a gritos del edificio.

Miguel R. Fervenza
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